Septiembre ha sido para mi, con diferencia, el mes más ilusionante del calendario. Suele coincidir con el final de las vacaciones para muchos de nosotros y el comienzo del curso escolar o la vuelta al trabajo para otros. Mes de cambios, de nuevos proyectos, de una etapa más ilusionante, tal vez. Éste año es atípico. Raro. Preocupante. Triste.
Todas y cada una de las cosas que hacemos están marcadas por el Covid-19. El trabajo, o la falta de él, el ocio, las vacaciones, los nuevos o viejos proyectos…
Nada es como antes. Las noticias que nos llegan nos hacen estar alerta e intensificar las precauciones. Nos jugamos mucho, nuestros mayores, nuestros niños, nosotros mismos.
Me pregunto cada día si volveremos a lo de antes. A tocar sin miedo, a besar sin miedo. A organizar, planear o llevar a cabo proyectos de vida sin miedo.
Celebrar tu boda con todos los que quieres, disfrutar de tu cumpleaños a lo grande, ese reto deportivo para el que te preparaste a conciencia, o simplemente, salir a cenar con tu grupo de amigos de siempre.
Siento que me falta algo, que me lo han robado. Quién? No lo sé, no tengo la respuesta. Es como si todo lo que quiero, lo que me gusta o con lo que sueño, estuviese pausado, a la espera. Sin fecha de comienzo y mucho menos de final. A veces, necesito alejarme de todo, desconectar, ir a lugares sin apenas gente y pensar. Son pocos los momentos en que me dejo llevar por el pesimismo y la tristeza, pero los hay.
“Desde el minuto uno, los niños renunciaron a sus rutinas sin protestas”
Mis nietos son los que hacen que recapacite y vea la realidad a través de sus ojos. Ell@s ( y la inmensa mayoría de niños) se han adaptado a la nueva situación con una naturalidad envidiable. Y no era fácil. Desde el minuto uno renunciaron a sus rutinas sin protestas ni aspavientos; colegio, extraescolares, abuelos, primos, amigos, parque, excursiones…
Llevan sus mascarillas cada día como si de un complemeno más se tratase, como la mochila o los libros, y no se les olvida. Nos dan una lección de responsabilidad cada día. Ellos son el espejo en el que debemos mirarnos los adultos, son pequeños pero muy inteligentes. Y la nuestra es cumplir con unas normas básicas para que todo gire y nada se detenga. No negaré que estoy preocupada. Muchas cosas importantes dependen de nuestra actitud. La salud, la economía, el bienestar de todo un país que necesita, que debe, procurar a nuestros niños y jóvenes, y a todos en general, que sus vidas no se vean truncadas y rotas por el dolor.
Necesitamos ser fuertes y que Ell@s copien de nuestro ejemplo. Porque los niños aprenden más con nuestros actos que con nuestras palabras. Lo que todos , niños y mayores, debemos tener claro es que no debemos bajar la guardia para conseguir nuestro objetivo, que no es otro que vencer al virus lo antes posible y retomemos la vida que queremos , que merecemos.
Acepta. No es resignación, pero nada te hace perder más energia que el resistir y pelear contra una situación que no puedes cambiar. Dalai Lama.
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